La tolerancia y su marco condicional
- Laura Espinal

- 1 ago 2024
- 6 Min. de lectura
Consideraciones a partir de las reflexiones de Gustavo Bueno en la materia [1]
La tolerancia, como concepto, tiene un origen relativamente reciente pues su cristalización definitiva surge apenas en la Modernidad. El surgimiento de este término responde a la necesidad que tuvo un cúmulo de pensadores ilustrados de recibir aprobación categórica frente a sus posturas intelectuales e ideológicas. Sin embargo, el rastreo histórico de este concepto nos lleva a distinguir tres fases significativas: Edad Antigua, con las virtudes de justicia y prudencia; Edad Media, con el “tolere” tomista; y Edad Moderna, con la aparición explícita del término tolerancia.
En la primera fase, tomando como referencia las cuatro virtudes cardinales platónicas; a saber, fortaleza, templanza, justicia y prudencia, podemos ubicar en las últimas dos, implicaciones de orden relacional. Tanto la justicia como la prudencia suponen el relacionamiento inevitable con la alteridad. Es por esta razón que pueden entenderse como la fase germinal de la tolerancia, aunque aún no aparece nominada de esta forma.
Más adelante, en una segunda fase, Tomás de Aquino introduce el término “tolere”, en un esfuerzo por conciliar la tensión teológica entre el bien y el mal. Como señala Ezequiel Téllez, “en ciertos autores medievales ya existía una inclinación al ejercicio de lo que se conoce como tolerancia; en virtud de la cual, bajo ciertas situaciones puntuales de carácter prudencial, nos es posible, lícito y hasta necesario, permitir ciertos comportamientos que no van de acuerdo con aquello que pensamos” [2].
Siguiendo este ejercicio, llegamos a la tercera fase con la Edad Moderna. Así pues, pensadores de la Ilustración como Voltaire y Locke terminaron por formalizar el concepto. Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia, sostiene que esta se fundamenta en nuestra incapacidad para conocer los secretos del Creador con certeza, de forma autónoma: “(...) con nuestras propias fuerzas nada podemos saber acerca de los secretos del Creador”. Este principio permite, en palabras del filósofo, hacer del mundo un lugar más civilizado y de la vida una materia más soportable. Su argumentación en torno a esta virtud está permeada por un trasfondo metafísico —que reconoceremos como necesario más adelante— el cual se encuentra también vinculado, de forma inevitable, a su aspiración político-militar [3].
Hoy en día, numerosas corrientes filosóficas en ética, política e incluso en ciencia han definido la tolerancia como un valor esencial para la realización de sus proyectos de humanidad, especialmente en lo que respecta a la democracia. Pensadores como Adela Cortina en materia ética, Edgar Morin en educación y Karl Popper en ciencia, coinciden en señalar su importancia. Recordemos la célebre fórmula popperiana: “La tolerancia es la intolerancia de la intolerancia”; y es que, sin desconocer el juego de lenguaje implícito que subyace a esta formulación, resulta relevante destacar que en ella se inscriben dos principios fundamentales para abordar el concepto de: primero, esta relación algebraica subraya la necesidad de reconocer a la intolerancia como una actitud independiente y previa en el intento de definir lo que entendemos por tolerancia; y segundo, la ecuación supone de manera obligatoria la presencia de un otro para que se pueda efectuar el ejercicio. Lo anterior revela que no se trata de una virtud reflexiva, sino de una virtud relacional, que necesariamente involucra a alguien fuera del estadio del sí mismo.
Para diseccionar el término y sus implicaciones, tomamos en este texto las reflexiones de Gustavo Bueno, filósofo español que, a pesar de su dogmatismo conceptual (fue duramente atacado por posturas de orden reaccionario), aporta una claridad lógica y estructural que le da un lugar relevante en el debate. Bueno subraya el error común que cometemos al referirnos a este concepto de tolerancia, señalando lo curioso que resulta que un término aparentemente moderno haya adquirido una condición de “ubicuidad”: damos por sentada su definición, génesis, alcance y posibilidad, dejando solo margen para su aplicación irreflexiva. Así, ignoramos que, para emprender el proyecto de la tolerancia, es necesario establecer un marco de condiciones indiscutibles que hagan posible su aplicación; sin él, el concepto mismo perdería sentido y viabilidad. Como apunta el filósofo, “al intentar construir un concepto de tolerancia es preciso partir de una escala tal que tenga ya, en su mismo principio, una coloración moral” [4].
Por tolerancia hemos aceptado una serie de definiciones que apelan a un supuesto sentido común y a una aparente simplicidad estructural. En primera instancia, se entiende como el respeto a las opiniones de cualquier interlocutor. Sin embargo, esta aceptación conlleva el evidente peligro del subjetivismo y nos plantea una cuestión fundamental sobre el respeto: ¿qué hacer cuando respetar al interlocutor implica irrespetar sus postulados, por ser irracionales y amenazantes para su propia existencia? Por otro lado, la tolerancia también se concibe como una forma de relación entre personas libres y necesariamente amorosas. Aquí, se supone la existencia de un sujeto ontológicamente terminado, desconociendo, simultáneamente, que la libertad es un proyecto indeterminado, ya que no cabría amar una libertad pura, cualquiera que fuera su contenido potencial. No tiene sentido afirmar frente a cualquiera: “sé quién eres”, “¡realízate!” [5].
En la búsqueda por entender su definición, es necesario estudiar tanto su estructura lógica como su campo de acción. La tolerancia está vinculada a las relaciones entre sujetos operativos, y en este sentido, la intolerancia actúa como la variable independiente de esta función. Somos tolerantes en la medida en que podemos prever (por poder, si se quiere) la reacción de otro ante nuestra influencia, y, en consecuencia, decidimos deliberadamente frenar esa influencia a través de un ejercicio que denominaremos tolerancia. En cuanto a su campo de aplicación, podemos identificar tres niveles diferentes: su ejercicio entre individuos (nivel circular), entre individuos y su medio natural (nivel radial), y entre individuos y otras entidades, ya sean imaginarias o reales (nivel angular). En relación con el primer nivel, el circular, es crucial señalar que la tolerancia se comporta como una relación asimétrica e intransitiva. No podemos hablar de tolerancia hacia nosotros mismos, —a menos que estemos haciendo referencia a un manual de autoayuda—. Tampoco la ejercemos frente a un individuo que se relaciona con nosotros de manera horizontal, y finalmente, no es posible que toleremos todo de manera transitiva.
Llegados a este punto, y reconociendo la imposibilidad de adoptar una actitud de tolerancia frente a todo individuo sin poner en peligro el sentido de objetividad, es necesario mencionar el problema que acarrea establecer un canon metafísico con una antropología particular que delimite el alcance de las actitudes tolerantes e intolerantes. Debemos reconocer que el panorama ofrecido por las diversas filosofías posmodernas, aunque liberadoras en muchos aspectos, deja un margen de indeterminación difuso, que conlleva potenciales problemas en el ámbito social. El indeterminismo genera una ausencia de aprehensión de lo concreto, lo real, lo íntimo y lo sólido, que puede derivar complejas crisis de identidad. En las reflexiones de Cortina, se señala que la aceptación de todas las posturas, ideologías y comportamientos que nos rodean se basa en la premisa tácita de tolerancia como valor metafísico, pero esta postura de apertura frente a la vida también trae consigo una pérdida de la noción de objetividad propia del sujeto [6]. Con esto, su filosofía ética sugiere un cuerpo de principios inamovibles necesarios para el disfrute de una vida democrática. Así pues, es importante aclarar que no estamos presenciando una crisis del valor que nos convoca, sino que nos hallamos frente a la constatación de que dicho valor nunca ha sido practicado. Pareciera que no es la ética la que debe ser tolerante, sino que es la tolerancia ética la única que puede tener verdadera importancia [7].
En conclusión, la tolerancia "omnímoda" [8] se revela como un concepto vacío y utópico, al igual que otros ideales como la libertad absoluta o género ideológico, que, difícilmente resisten un examen profundo de sus implicaciones prácticas. La llamada "libre emisión de opiniones" está limitada por factores económicos, académicos y políticos, usando el discurso neoliberal de forma manipulada. En este contexto, la tolerancia no puede desligarse de la verdad, pues al despojarla de principios objetivos y de un marco ético claro, se vacía de contenido y se convierte en una mera tolerancia como ejercicio de indiferencia o falsedad. Su verdadero ejercicio exige, más que una aceptación ciega e irrestricta, el compromiso con valores sólidos que compongan un marco de referencialidad colectivo. Si aspiramos a cultivar esta virtud, es de vital importancia emprender una tarea reconstructiva de su definición, remitiéndonos con mejores resultados —como intuyo— a los atributos de una virtud cardinal como la justicia.
—Laura Espinal, 2024.
Notas:
[1] Bueno, G. (2002, 22 de agosto). Tolerancia I y II. YouTube.
[2] Téllez, E. (2009). TOMÁS DE AQUINO COMO ANTECEDENTE MEDIEVAL DE LA TOLERANCIA MODERNA. Universidad Panamericana.
[3] Reale, G. y Antiseri, D. (2010). Historia del pensamiento filosófico y científico. Herder, p. 623.
[4] Bueno, G. (2002, 22 de agosto). Tolerancia I y II. YouTube.
[5] Ibid.
[6] Cortina, Adela. (2020). Ética mínima. Tecnos.
[7] Bueno, G. (2002, 22 de agosto). Tolerancia I y II. YouTube.
[8] Entendida como virtud que abraza y comprende todo.
Referencias bibliográficas:
Bueno, G. (2002, 22 de agosto). Tolerancia I y II. YouTube.
Cortina, Adela. (2020). Ética mínima. Tecnos.
Mora, F. (1951). Diccionario de filosofía, Tomo II. Sudamericana.
Morin, Edgar. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Magisterio.
Reale, G. y Antiseri, D. (2010). Historia del pensamiento filosófico y científico. Herder, p. 623.
Téllez, E. (2009). TOMÁS DE AQUINO COMO ANTECEDENTE MEDIEVAL DE LA TOLERANCIA MODERNA. Universidad Panamericana.



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