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El laboratorio de la escuela

  • Foto del escritor:  Laura Espinal
    Laura Espinal
  • 1 jul 2024
  • 12 Min. de lectura

Actualizado: 9 jun

Un espacio para el ejercicio de la democracia

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El calor de la mañana comienza a acentuarse en el aula de clase. Los rayos de sol matutinos entran con no poca sutileza por las ventanas del salón y cada estudiante ha decidido prescindir de la chaqueta que había sido útil para cubrirse de la niebla en la madrugada. Estos jóvenes se han frecuentado periódicamente por más de ocho semanas, pero ninguno puede pronunciar un nombre completo diferente al suyo. Tampoco han memorizado el de su profesor. Despreocupados por el contenido que se imparte en cada clase, saben que podrán aprobar el curso con una ligera lectura del contenido sugerido en la bibliografía. Ya cubrieron el temor a la pérdida sugiriendo el envío de las diapositivas que se presentan frente a sus ojos sin percatarse. Asisten exclusivamente para dar fe de su presencia, ya que sus miradas están siempre sumergidas en pantallas delgadas que organizan su tiempo, su realidad. Tocados por el mismo calor, pero desde sus casas, un grupo de desconocidos ingresa a su habitual reunión virtual para comenzar el curso de Arte cinematográfico que los convoca semanalmente. Ninguno ha visto jamás el rostro de los demás. Avergonzados, acordaron tácitamente no encender sus cámaras para poder tomar la clase en pijama. Lo que nunca sospecharon es que su profesora impartía el curso desde la comodidad de su cama: proyectaba las diapositivas que llevaban conduciendo el curso por más de cinco años y se limitaba a asignar lecturas extensas para comentar infructuosamente durante los próximos encuentros. El buen tiempo no duró mucho y la lluvia desordenó el ritmo cotidiano. En un cubículo de pocos metros cuadrados prolongan la clase una estudiante y su maestra para evitar empaparse. Así, mientras las gotas se precipitan sobre la vidriera que separa el saloncito del afuera, la frustración de la chica aumenta al no lograr completar el círculo de acordes que se le ha intentado enseñar durante una hora completa de repetidas instrucciones. Sus lágrimas conducen el instinto de la maestra para construir analogías entre la vida y la música, inventando nuevas rutas de práctica que logren atenuar la desesperación de su aprendiz. Pasan los minutos y se descubre que tales lágrimas esconden otra cosa. La música que intenta interpretar se parece a la melodía que cantaba entre dientes su abuela, antes de morir. Estas tres imágenes ilustran perspectivas ficcionadas de diferentes contextos educativos: la coincidencia física desatenta y los escondites de la virtualidad en oposición con el poder del pretexto educativo para el diálogo personal.

 

En la actualidad, la crisis de la educación presencial marca el eje de una discusión que nos concierne a todos. El auge de diferentes herramientas tecnológicas ha representado una amenaza a la formación que depende del contacto directo con el otro. Aunque estas alternativas virtuales posibilitan la resolución de situaciones retadoras en la transmisión de conocimientos [1], permitiendo que la educación llegue a las periferias y se pueda acceder de forma horizontal a mucha información, en este texto queremos enfocarnos en señalar las amenazas que trae consigo la exponencial colonización de los contextos virtuales en la educación presencial. Plantearemos paralelamente la importancia de preservar el estadio presencial en la vida de los seres humanos. Así pues, partiendo de algunas de las teorías pedagógicas propuestas por el sociólogo francés Edgar Morin y las reflexiones filosóficas que suscita el vínculo entre ética y tecnología en diversos pensadores, podremos llegar a afirmar que la continuidad de la educación presencial garantiza la constitución de sociedades democráticas en el relacionamiento comprensivo con el otro a través de la vinculación afectiva entre los actores partícipes de las diferentes comunidades educativas.


El libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro de Edgar Morin se ha catalogado como un texto guía que antecede a un cúmulo de consideraciones en torno a la educación. El autor sostiene que el panorama educativo del futuro debe cimentarse sobre estos siete principios que encierran las problemáticas propias de la naturaleza dialéctica del ser humano [2]. El desarrollo de sus planteamientos está atravesado por la reflexión sobre el carácter del conocimiento, comenzando por dar gran relevancia al reconocimiento de sus propios límites. La educación del futuro, según Morin, debe señalar la inevitable tendencia del ser humano a caer en errores e ilusiones cuando se enfrenta a la construcción o aplicación de saberes. La emocionalidad, las ideologías y la racionalidad (entendida como un sistema cerrado) configuran un tejido hermético que nos lleva a cometer imprecisiones en el intento de aprehender la realidad. Por ello, es crucial considerar aquello que escapa a nuestros procesos intelectuales, reconociendo nuestras propias limitaciones. De este modo, el principio de incertidumbre racional, como se enuncia en su obra, se vuelve fundamental para que el conocimiento verdaderamente sea.


Siguiendo esta línea de reflexión, el autor propone que la consideración de estos siete principios [3] halla su finalidad en la construcción efectiva de una sociedad democrática. Apunta con determinación que la democracia obedece más a un proceso de regeneración continua que a una estructura sistémica. Esta se comporta como un complejo proceso retroactivo que funciona gracias al reconocimiento de las libertades y responsabilidades de los individuos. Así pues, una sociedad democrática se fundamenta y encuentra sentido en el amparo de nuestra autonomía, retando las estructuras que defienden modelos disciplinarios de obediencia. No debemos dejar de señalar el nivel de proximidad que se puede observar entre democracia y anarquía cuando se hace hincapié en la defensa de una sociedad que opere bajo las máximas de su propia iniciativa, en responsabilidad y autonomía.


No obstante, son muchos los críticos de la democracia como categoría semántica y pragmática. El filósofo Gustavo Bueno indica que la democracia, al igual que la religión, puede ser entendida desde una perspectiva ideológica o empírica. La perspectiva ideológica [4] se caracteriza por su naturaleza abstracta y es desde esta mirada donde muchos coinciden en definir la democracia como un sistema político fundamentado en la soberanía de la sociedad. En contraste, el enfoque pragmático se centra en la conducta de los individuos que participan del sistema, incluyendo sus implicaciones particulares (la votación, la organización de sus recursos, la adscripción a partidos políticos, etc.) La crítica del filósofo radica en que una democracia a gran escala se convierte en una categoría metafísica inviable. Es decir, cuando la democracia incluye millones de personas, el pueblo queda representado por entes de poder que difícilmente establecen una conexión directa con los ideales de cada individuo. Así pues, “tan oscuro como Dios en las religiones es el pueblo en la democracia" [5]. Esta distinción permite entender cómo Bueno considera insostenible un modelo democrático de poder: si el concepto es insostenible desde el orden semántico, sus aplicaciones empíricas serán inevitablemente estériles. A partir de estas consideraciones, podemos regresar a la propuesta de Morin por una sociedad democrática entendida como un ejercicio aplicable desde y para las minorías. Esto, a la larga, comprometerá los planteamientos del sistema democrático general —que el filósofo entiende como un proceso en bucle— acercándolo posiblemente a una verdadera apuesta por la anarquía.


Ahora bien, ¿qué garantiza alimentar un proceso de organización que defienda la autonomía humana? Y con esto, ¿cómo podemos construir una sociedad democrática, incluso en niveles reducidos? Retomando la importante exposición que Morin hace de sus siete principios, podemos argüir que todos se encuentran atravesados por una dialéctica de contrarios. El autor busca hallar estructuras que sinteticen estas necesarias oposiciones conceptuales, a través de propuestas que desafían los límites de nuestra racionalidad. Lo global, en este sentido, es definido como el conjunto que contiene partes diversas ligadas de manera “inter-retroactiva” y organizadora, en el mejor de los casos [6]. Cabe pensar en la concepción que resonó hasta las puertas del Renacimiento del ser humano como un microcosmos que alberga los mismos misterios del todo; también, podemos mencionar las asociaciones de orden místico que Pascal establece entre el uno y el todo [7]. Si queremos un ejemplo concreto, podemos pensar en el lenguaje como un vehículo que evidencia la presencia de los otros en el individuo particular, ya que el tejido cultural que se elabora con el paso del tiempo habita en nosotros a través de la palabra. Esta coexistencia de contrarios —lo particular y lo colectivo, lo natural y lo artificial, lo emotivo y lo racional, por mencionar algunos ejemplos— pone de manifiesto la naturaleza dialógica de nuestras interacciones y plantea el desafío de desarrollar estrategias que intenten sintetizar dichos opuestos, siempre que nuestro objetivo sea cimentar una educación orientada hacia la democracia. Asimismo, la autonomía, como fundamento de esta buscada democracia, garantiza la posibilidad de construir, a partir de unos mínimos necesarios, las máximas de lo que para cada individuo es una vida feliz [8]. El intento de síntesis que sugiere Morin implica inevitablemente el establecimiento de categorías metafísicas que busquen obedecer a una ética cívica. Esta ética, a su vez, está atravesada por una regla fundamental que determinará la posible coexistencia de contrarios: la tolerancia.


La tolerancia es un valor activo en cuanto ejercita la capacidad de comprender al otro. Es también, como lo mencionamos anteriormente, el pilar necesario para fundamentar una ética cívica [9] cuya naturaleza dialéctica nos conduce a la necesaria consideración de nuestra propia incomprensión. Exige, por un lado, fortalecer el ánimo desinteresado a la hora de pretender defendernos y, por otro, alimentar el deseo ferviente por aprender del otro. Si queremos una sociedad duradera (evidenciando con esto nuestro instinto de supervivencia) y feliz (en cuanto garantice los mínimos necesarios para construir la propia concepción de felicidad) es fundamental generalizar la comprensión como meta compartida y constitutiva de una ética que solo puede darse en sociedades democráticamente abiertas desde la perspectiva moriniana.


Llegados a este punto, nos enfrentamos a la dificultad que se concreta en la confrontación con la realidad. Actualmente, nos convoca, tanto desde el ejercicio como desde la reflexión, la pregunta sobre cómo responder al complejo entramado de técnica, ciencia y burocracia. Este complejo, que podemos entender como una "máquina" [10] que opera en diversos niveles de nuestra sociedad, ha transformado nuestra forma de interactuar con el mundo y con los demás. Si bien nos ha dejado grandes ventajas, también nos presenta una serie de desafíos. El desarrollo de esta tríada de disciplinas ha dado lugar a una especialización excesiva en cada campo del saber, lo que termina por alejar el conocimiento de las cosas del diálogo común. El otro, como sujeto que no posee mis propios conocimientos, se convierte en enemigo por diferente y ajeno. A su vez, aquel que comparte mis saberes se transforma en competencia y amenaza para mi propia carrera vital. En este contexto, la "máquina" propicia una sumisión en la vida privada, que podría describirse más precisamente como vida solitaria en la transparencia [11]. Esto es consecuencia del debilitamiento cívico causado por la reducción de lo político a lo técnico y económico, y, a su vez, de lo económico a la simple búsqueda de crecimiento. Todo esto nos lleva a una pérdida de referentes y horizontes que impacta profundamente nuestras relaciones interpersonales al dificultar nuestra capacidad de comprensión.


Edgar Morin plantea, sin embargo, los puentes que pueden engendrar un panorama futuro democrático. Al reconocer el poder que reside en la diferencia, el otro, como sujeto particularizado, opera como catalizador de nuestro propio proceso educativo. Es decir, el otro puede posicionarse como el indicador de los errores e ilusiones que esconde la articulación de nuestro conocimiento. Partiendo de este supuesto, el arte y la escuela son los entes constituyentes de una sociedad más democrática. El arte, en este contexto, debe ser entendido como el lugar de enunciación de los sujetos que se autoperciben como distintos (en cuanto a marginados o incomprendidos) y, de esta forma, como el discurso que posibilita un diálogo entre múltiples realidades [12]. Por otro lado, la escuela, en palabras del filósofo, debe asumirse como el laboratorio de la vida democrática. En ella, los seres humanos, indistintamente, deben procurar ejercitar el debate argumentado, las reglas de la discusión, la toma de conciencia y la máxima de tolerancia para la comprensión del otro. Así, arte y escuela se constituyen como los entes reguladores en la gestación de un principio universal sobre el cual se puedan construir, con los mínimos compartidos, los máximos particulares.


Las consideraciones que han guiado el discurso precedente subrayan de manera predilecta el bienestar del contexto humano en lo colectivo. Pensar al ser humano desde lo democrático implica necesariamente considerar su esencia social. Sin embargo, el entramado de técnica, ciencia y burocracia también ha afectado la particularidad de los individuos. El filósofo Byung-Chul Han ha resonado de forma contundente en muchas esferas de intelectuales y aficionados a la reflexión, gracias a su claridad en la elaboración de teorías críticas sobre la sociedad digital y sus múltiples implicaciones. En La sociedad del cansancio, el autor pone sobre la mesa el debate en torno al surgimiento de afecciones psíquicas como el burnout, la hiperactividad, el TLP y la depresión. Volviendo a la sumisión en la vida privada que resulta de la triada disciplinar mencionada anteriormente, Han nos aporta la idea de que “lo que el yo narcisista encuentra en los espacios virtuales es, sobre todo, a sí mismo" [13]. Paralelamente, señala que la depresión encierra un aspecto condicional de aislamiento, ya que halla su propio alimento en la reclusión completa del individuo frente a todo intento de relacionamiento. Con esto, podemos intuir que el pretexto de la educación como vehículo para vincularnos con los otros, además de fortalecer una cohesión social basada en la tolerancia para la comprensión, promete contener un alivio para el malestar del individuo en su condición de deliberada soledad.


Pensadores como Antonio Escohotado e Iván Illich defienden en sus teorías la soberanía que las tecnologías están fortaleciendo en el individuo autodidacta. Esta línea de pensamiento aboga por un aprendizaje de orden horizontal y autónomo como una garantía de justicia en la libertad. Sin embargo, es importante destacar que los procesos educativos no están condicionados por la institucionalidad. Estos procesos, abocados más al vínculo que al saber mismo, pueden pensarse al margen de los entes de formación tradicionales. Sin embargo, no queremos concluir este texto sin plantear los agujeros que pueden señalarse en los planteamientos aquí suscitados. Históricamente, se ha constituido un temor extendido hacia las categorías metafísicas, debido al potencial de violencia que puede ser ejercido en su nombre. Es pertinente preguntarnos si una categoría de este orden —esto es, una que guarde como principio la tolerancia necesaria para la edificación de una ética cívica— debería estar también sometida a juicio constante y abordarse con precaución, dado el antecedente de asociaciones que se han hecho a las ideas de carácter absoluto. Además, queda por recorrer una profunda reflexión y lectura en torno a los lugares que no contempla la tolerancia —si es que pueden considerarse por definición—, ya que incluso el mismo Morin apela a categorías donde esta no puede llegar [14]. Finalmente, invitamos a continuar una reflexión que se autocritique en la línea del principio de incertidumbre racional, que constituye el primero de los saberes necesarios para la educación del futuro de Morin. Asimismo, es fundamental tener presente la vital asociación que debemos establecer entre los conceptos de presencialidad, educación, tolerancia y comprensión para la consecución de una vida autónoma en democracia, que permita elaborar la propia concepción de felicidad; una felicidad que se erige sobre la responsabilidad de la libertad frente al propio yo y el mundo.


“Cada uno se construye una prisión de ideas de la cual nuestra pereza impide luego que salgamos”. —“Pindare”, Essais et mémoires, 1962. Marguerite Yourcenar

—Laura Espinal, 2024



Notas:

[1] Debido a que en el presente texto desarrollaremos elementos puntuales del pensamiento filosófico de Edgar Morin en torno a la educación es importante aclarar que el autor prefiere usar el término “interpretar” a la hora de señalar la acción de la enseñanza. Esto se debe a que considera que el maestro no transmite (no da fe de la realidad de las cosas) sino que interpreta el contenido del entorno para comunicarlo a sus estudiantes.

[2] A lo largo de su obra se enuncian fórmulas de carácter opuesto que buscan ser sintetizadas, y, a su vez, constituir la esencia de la democracia.

[3] Por claridad en la lectura se citarán a continuación: I. Error e ilusión, II. Conocimiento pertinente, III. Condición humana, IV. Identidad terrenal, V. Enfrentamiento de incertidumbres, VI. Comprensión y VII. Ética del género humano.

[4] Gustavo Bueno sostiene que la democracia, concebida desde una perspectiva semántica, se basa en la representación de un supuesto pueblo a través de diputados o funcionarios públicos. Sin embargo, señala que, en la práctica, no es el pueblo quien realmente se expresa, sino los partidos políticos que lo hacen en su nombre. Esta intermediación genera una situación en la que las propuestas formuladas por los partidos no se comprenden en detalle, no por falta de tiempo, sino por la dificultad que enfrenta la ciudadanía para acceder a un conocimiento profundo de las agendas. Así, nuestras votaciones están dirigidas a un ente político particular en el cual depositamos una confianza conducida por necesidad y no por entendimiento.

[5] Tomado de Bueno, Gustavo. [Fgbuenotv]. (12 de octubre de 2024). Qué es la democracia. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=AeCtUltod8E&ab_channel=fgbuenotv

[6] Morin, Edgar. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Magisterio. P. 39.

[7] Cabe pensar que, si la ciencia y la razón obedecen a paradigmas específicos que, inevitablemente, están sujetos al error, no resulta descabellado recurrir a nociones místicas que desafíen los principios lógicos del razonamiento, con el fin de explorar formas alternas de aprehender la realidad que nos rodea.

[8] Muchos conceptos defendidos por Morin a lo largo de la obra que nos convoca coinciden con perspectivas referidas por Adela Cortina en su Ética mínima: Introducción a la filosofía práctica. Para estudiar esta mirada de la felicidad, remitirse a Cortina, Adela. (2020). Ética mínima. Tecnos. P. 22.

[9] Que puede ser nombrada en esta línea como una ética de la compresión.

[10] “Esta enorme máquina no produce sólo conocimientos y elucidación, también produce ignorancia y ceguera”. Para entender este uso del término, remitirse a Morin, Edgar. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Magisterio. P. 117.

[11] “El que vive por lo mismo perecerá por lo mismo”. Esta referencia a la transparencia aparece como leitmotiv en el cuerpo filosófico de Baudrillard y Byung-Chul Han, respectivamente. Para estudiarla remitirse a Han, Byung-Chul. (2022). La sociedad del cansancio. Herder. P. 19.

[12] Es importante considerar que en esta lógica todos podemos calificar como individuos marginados en algún sentido ¿Y si pensamos el arte como ejercicio democrático (en cuanto todos podemos participar del mismo) para la comprensión del otro, el yo y el mundo?

[13] Tomado de Han, Byung-Chul. (2022). La sociedad del cansancio. Herder. P. 87.

[14] Morin cuida su perspectiva de la tolerancia apuntando los siguiente: “La tolerancia vale, claro está, para las ideas no para los insultos, agresiones o actos homicidas”. Sin embargo, queda latente la pregunta por el contenido y las implicaciones que pueden tener las ideas, así como lo que se considera insulto o agresión en el marco de la diversidad cultural del ser humano. Para dirigirse directamente a la cita, remitirse a Morin, Edgar. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Magisterio. P. 107.


Referencias bibliográficas:

Bueno, Gustavo. [Fgbuenotv]. (12 de octubre de 2024). Qué es la democracia. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=AeCtUltod8E&ab_channel=fgbuenotv

Han, Byung-Chul. (2022). La sociedad del cansancio. Herder.

Morin, Edgar. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Magisterio.

Adela Cortina en su Ética mínima: Introducción a la filosofía práctica. Para estudiar esta mirada de la felicidad, remitirse a Cortina, Adela. (2020). Ética mínima. Tecnos.

 
 
 

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